Nadia Del Arte en La Charca. |
Hay historias que no se pueden contar.
O sí.
De según como se mire todo depende.
Si es con buena intención.
Y desde el corazón.
A mi humilde opinión.
A mi humilde opinión.
Vale.
Hay historias e historias.
Y yo un día estuve allí.
Quizás en sueños, o no,
puede ser.
Pero cambió mi vida.
Nuestras vidas.
Quizás hace ya 5 años
y aún así, todo es diferente.
Tu alma permanece.
Hoy se produjo otro fenómeno.
Aniago.
Más bien para-normal.
Y tu recuerdo se encendió en mi mente.
trasladándome a cada uno de tus rincones,
a los escritos de tu maravillosa casa enCuenthada.
Eres parte de mi vida.
Y cada vez más.
Mi misión; RECORDARTE.
Ahora es fácil,
Pues tu nombre resuena con más fuerza por las esquinas.
Gracias.
Para siempre y por siempre en esta casa.
-De sueños, VERDADES y otras historias-
Desde los tres a los seis años sufrió una enfermedad por la que perdió
temporalmente la visión,
y para su recuperación se trasladaron a la
finca familiar, denominada La Charca y situada a las afueras de la villa.
Su repentina curación la convirtió en una persona extremadamente piadosa e idealista.
La finca estaba presidida por una gran casa de estilo modernista y rodeada de un extenso terreno en el que el padre de la familia, gran
coleccionista, almacenaba una amplia variedad de plantas y animales
exóticos, desde pavos reales hasta tigres.
Allí ya comenzó a dictar poemas a su madre para que los recogiese en papel, formando un conjunto que posteriormente denominó Lekitos de una adolescente en el paraíso y que no consiguió publicar tras varios intentos.
Se traslada a Madrid a estudiar Filosofía y letras, y fue alumna de Pedro Salinas, Dámaso Alonso y Joaquín de Entrambasaguas.
Durante el año 1936, Alfonsa regresó a Cuéllar para pasar unas vacaciones
familiares y en su transcurso estalló la Guerra Civil española.
En 1943, con 28 años, publica su primer libro de poemas, “Égloga”
Durante la última etapa de su vida residió en Cuéllar, ante los muchos comentarios de los cuellaranos de aquel entonces, decide aislarse, junto a Juanita en su finca de La Charca. Ambas se
dedicaron exclusivamente a la cultura, instruyéndose en la pintura
europea y leyendo, para lo cual contaban con una biblioteca personal de
más de 6.000 volúmenes. Siguió manteniendo contacto con sus amigos del
terreno artístico y literario, entre los que destacaron Juan ramón Jiménez y León Felipe, quienes a través de la correspondencia mantuvieron a la pareja al tanto de la vida cultural del país.
Sus continuos viajes se intercalaban con las visitas de algún que otro
amigo. El cantautor Ismael y el escritor Antonio Gala fueron entre
otros, visitas destacables.
En la media en la que Alfonsa era capaz de mantener su aislamiento entre
los pinares, crecían en su villa natal los comentarios y rumores, y se
incrementaba la leyenda de aquella mujer que vivía alejada entre los
pinares. Seguramente aquel ambiente, no dejara que sus propios paisanos
reconocieran el valor literario de Alfonsa de la Torre.
Fue una persona de gran misticismo, como manifestó en su obra. Creía en la reencarnación y consideraba haber sido en otra vida profesora en la Escuela de Alejandría, y se recordaba así misma estudiando en su famosa biblioteca e incluso haber presenciado la entrada de Alejandro Magno en la ciudad.
El relato de este tipo de historias en su círculo llevó a su amiga Menchu Gal,
a retratarla con el atuendo egipcio. Sus últimos años los vivió casi
obsesionada con el tarot y las ciencias ocultas, y su casa estaba
repleta de objetos esotéricos.
Entre sus predicciones más llamativas, se
encuentra el vaticinio de la gran nevada que se registró el día de su
muerte, ocurrida el 19 de Abril de 1993, después de haber iniciado los trámites para instaurar en su palacio de Pedro I, una fundación que llevara su nombre y guardara su obra y colección de arte, que finalmente no llegó a realizarse.
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